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Cambio de objetivo

Sí, puedo considerar que hay un antes y un después de practicar deporte de forma constante en mi vida. Es como los que promete la publi de dietas milagro, solo que este plan no incluye dietas y no se consigue en dos semanas, ni en un mes, ni centrándome en morir de hambre ni en obsesionarme con subirme a la báscula cada semana y ver un número bajar.

Paradójicamente, mi pérdida de peso empezó cuando mi objetivo dejó de ser perder peso. Con esto no quiero decir que de repente me encontrase a gusto con mis muchos kilos de más. No me encontraba nada ágil y constantemente me sentía culpable por no estar haciendo ejercicio o comiendo como yo creía que debería. Empleaba muchísima energía en ello y mi intención era buena, pero no conseguía buenos resultados a pesar de mi esfuerzo, así que tuve que cambiar el chip.

Vivía con la idea de que al perder peso me vería mejor, y entonces estaría en posición de empezar a tratar la ansiedad de raíz desde un cuerpo más cómodo, y pensaba conseguir eso con un esfuerzo sobrehumano metido a presión en un estilo de vida en el que no encajaba.

Mi panorama era muchísimo foco en el trabajo, demanda constante, un rol muy estresante en el que, hiciera lo que hiciera, nunca era suficiente. Todo era urgente. Muchos proyectos con fechas límite loquísimas y bastante rígidas que se traducían en noches y findes ocupados con asuntos laborales. Llegué a asumir que “la vida adulta es así”,  ya que todos en la oficina estaban o decían estar igual, había buen ambiente en el trabajo y no me disgustaba lo que hacía, pero ¿me iba ese estilo de vida a llevar donde quiero estar hoy?

Sentía como mi energía se iba en mi vida laboral mientras que mi vida personal quedaba en piloto automático y se basaba en comer en exceso, ya que siempre ha sido a lo que tiendo cuando estoy estresada. Al mismo tiempo estaba con un tratamiento antidepresivo que me iba regular tirando para mal.

El ejercicio físico era una tortura precisamente porque lo hacía forzada solo por compensar un poco los atracones que tiendo a pegarme, y como promesa vacía a empezar ese super esfuerzo que me llevaría al “cambio”, pero nunca conseguía que formase parte de mi rutina.

En varias ocasiones he conseguido empujar ese cambio, adelgazar muchísimo y obsesionarme con mantenerlo cuando conseguía un peso que yo consideraba aceptable para mi misma. Pero no se puede vivir pendiente de un número en la báscula y basar tus objetivos en un proceso que no disfrutas. Eso no es sostenible, y como consecuencia siempre he vuelto a las andadas.

Entonces lo entendí todo. Era consciente de que no estaba donde quería estar, ni estaba viviendo mi vida como la quería vivir. No estaba a gusto con mi cuerpo, ni con mi carga de trabajo, ni con mi rutina, tenía una ansiedad brutal y nunca llegué a superar ni dejar de culparme por la muerte de mi madre entre otros asuntitos que me molestaban. Entonces entendí que tenía que trabajar en mí misma, en mi manera de gestionar de mi vida y mis emociones. En resumen, entendí que mi objetivo no  adelgazar, mi objetivo siempre ha sido poder mirar atrás en cualquier momento con alegría y no con la sensación de haber perdido el tiempo persiguiendo cosas.

Entendí que estamos en este mundo por las risas, que mi objetivo siempre ha sido ser lo que yo quiera cada día, y lo único que quiero ser es feliz.

Tras este momento en marzo de 2021 no tardé en establecer el movimiento como uno de los hábitos que quería como parte de mi rutina, disfrute e incluso identidad. Hoy, justo tres años después, agradezco a esa versión de mi misma por empezar a moverse de forma constante, y agradezco al deporte por ayudarme con mi verdadero objetivo.

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