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No necesito creer en mí todo el tiempo

“Cree en ti y conseguirás todo lo que te propongas”.

Últimamente este mensaje está apareciendo en mi vida más de lo que me gustaría, y la verdad es que suena genial, motivador y alentador a partes iguales. Motto perfecto para algunos ratitos. Pero veo lagunas en este plan.

Felicitaciones a quien crea en sí mismo durante todo el santo día, semana tras semana, año tras año. Yo tengo mis momentos. Momentos de luz en los que me siento más cerca de los beattles que de tus discos de jazz y momentos en los que pienso en aquella tarde cuando me arrepentí de todo.

Siguiendo la línea de dicha afirmación motivadora tan positiva y constructiva, ¿esta falta ocasional de fé ciega que se supone he de tener en mí misma me va a impedir perseguir mis objetivos con alegría e incluso alcanzarlos? En eso sí que dejé de creer. Esta positividad impuesta, por muy buena intención que lleve, entra en mí en forma de junk food con la que la parte más autoexigente y dañina de mi ser se pone las botas.

Hay veces que no creo ni en el color de mis ojos cuando lo veo en el espejo. ¿Qué hago aquí? ¿por qué hago esto? ¿por qué no hago esto otro? ¿soy capaz? ¿elegí la carrera correcta? ¿debería beber más agua? ¿me quedaría mejor esta camisa si me la hubiera comprado en amarillo fosforito? ¿o no debería habérmela comprado en absoluto? entre otros muchos ejemplos de mayor o menor importancia. Todo esto, por supuesto, con tintes de culpa y la sensación de estar perdiendo un tiempo precioso con esas “dudas sin fundamento”.

Como prueba que puedo extrapolar a la vida misma, esas tardes preparando cena con algunos ingredientes random que me quedan en la despensa sin dar un duro por el resultado. Y oye, puedo decir que de ahí han salido muchos más manjares divinos que fracasos culinarios a pesar de la falta de fé.

Precisamente ahora mismo estoy en una de esas. Sentada en el rincón más guay de mi cafetería preferida un sábado por la mañana sin tener ni idea de dónde voy o de dónde vengo. Provoca esto malestar? Sí. Pero estoy bien, porque sé que procesar estos baches me va a venir mejor que intentar ignorarlos, omitirlos o sentirme culpable y débil por su existencia. Son parte de mi y posiblemente siempre lo serán.

Así que aquí estoy, tomándome un café con el monstruito mental de turno, y la conversación entre los dos está siendo más que productiva. En un rato nos despediremos sin más dilación y seguiré con mis cosas.

En cuanto a mis objetivos, seguirán intactos esta tarde, mañana o la semana que viene. Siempre sedientos de trabajo y energía y no tan preocupados por mis dudas existenciales.

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